Plan de Navegación

viernes, 17 de agosto de 2007

Odisea

Como todos los días, Moon-Watcher despertó al alba, cuando el cielo comenzaba a clarear. Aún soñoliento, se dispuso a comenzar su jornada. Como miembro importante de su clan, tenía grandes responsabilidades. Su familia necesitaba de él protección y alimento, y se dispuso a salir para obtenerlos.

Lo primero que hizo fue tallar su rostro sistemáticamente con un instrumento punzo cortante. El ritual siguiente fue dilatar de forma alarmante sus vasos capilares, al verter sobre ellos agua extremadamente fría. Finalizado esto, untó en su rostro un líquido con propiedades aparentemente curativas.

Continuó con este procedimiento diario, al dificultar su respiración y transpiración atando sobre su cuello una especie de soga, que complicaba cualquier movimiento de su cabeza.

Antes de salir de su vivienda, retiró del fuego un brebaje oscuro y no demasiado espeso, que al ingerirlo, aumentó sus niveles de adrenalina inmediata y alarmantemente.

Al abandonar su morada, rumbo a la guarida de la gran bestia, se encontró con otros miembros de su tribu. Todos iban con la misma idea fija, y ninguno daba muestras de amistad a sus congéneres. Sumidos en un intenso mutismo, su salvajismo aún no era tan notorio.

Sin embargo, conforme descendían al sitio donde encontrarían a la bestia, el nerviosismo iba en aumento. Los individuos más jóvenes eran los más imprudentes, arrojándose y golpeándose unos a otros. En una ocasión, uno de estos hizo rodar por los suelos a una hembra anciana que solamente acertó a lanzar un gruñido al cachorro imprudente. Moonwatcher solo observó con disgusto dicha acción, y ayudó a incorporarse a la hembra caída.

La bestia en si misma era peligrosa. Más de una vez, algún miembro de la tribu había sufrido una herida en alguna de sus extremidades, ocasionada por las enormes fauces. Es justo decir que si el individuo no fuera tan salvaje, no hubiera sufrido ni un rasguño.

También, de tiempo en tiempo, se comentaba de aquellos que, voluntariamente, se lanzaban a los pies de la bestia. La gran mole naranja entonces destrozaba casi sin notarlo el cuerpo de la pobre criatura.

Esta vez, como casi todos los días, al ir presintiendo que la bestia se acercaba, los ánimos se caldeaban. Todos se empujaban, golpeaban, gruñían con tal de estar cerca cuando llegara. Moon-Watcher observó intentando localizar el mejor punto para encontrarse con la bestia.

El salvajismo, la barbarie, la crueldad, el caos; ninguna muestra de civilización. Moon-Watcher, gracias a su volumen y estatura, lograba apartar a los demás individuos, aunque sin rudeza innecesaria.

Cuando llegó el metro, todos se empujaron impacientemente, esperando que se abrieran las puertas. Toda la urbanidad y buenas maneras que la evolución pudo haber traído, aquí no existían. Como todos los días, en la estación Pantitlán, el corpulento señor Luna Mirón hizo hasta lo imposible por conseguir un asiento rumbo a su trabajo.

Con admiración a
Arthur C. Clarke

No hay comentarios:

Publicar un comentario