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jueves, 16 de octubre de 2008

Descartes tenía razón

“Y ¿cómo terminé aquí…?” - Se preguntaba. Sentía el cuerpo agarrotado por el esfuerzo. Sabía que, si no quería terminar mal, tendría que imitar a los demás lo mejor posible. Él, que siempre se ufanó de su individualidad, que despreciaba a “los borregos”, como los llamaba. Que se consideraba “muy por encima” de cosas tan triviales. Él, con su doctorado en matemáticas, que programaba algoritmos evolutivos por hobby y su mayor acercamiento a la música era su interés matemático en la teoría musical. Él, que consideraba que la actividad intelectual era mucho más importante que la física, (y mucho menos cansada), seguía sin saber que hacía ahí. Su mente racional no podía dar una explicación lógica a la situación en la que se encontraba.

Pero claro, los ojos claros, la melena negra, los labios rojos de la muchacha que lo invitó a la fiesta, eran una explicación mucho más convincente que cualquier argumento, incluso contra la fatídica frase: “No rompas más… mi pobre corazón… estás rompiendo…”

Publicado en Las Historias

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